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...o por qué, cuando probé el Apple Watch no me lo quise quitar. Me ha resultado inevitable volver a recordar aquella infame entrevista a Steven Ballmer días después del lanzamiento del iPhone original. Seguro la han visto. En ella, el ex-CEO de Microsoft se ríe de Apple por intentar vender un smartphone sin teclado que cuesta 500 dólares (recordemos que ese fue el precio original con contrato de dos años en Estados Unidos, aunque muy poco tiempo después redujeron a 400) y que hacía poco, pues el iOS original (antes conocido como iPhone OS) no tenía App Store y oficialmente no permitía la instalación de apps de terceros. Sus críticas son reales, pero no hay que olvidar que no es un smartwatch, sino un reloj. Un reloj caro. Estos días escucho argumentos parecidos con relación al Apple Watch: “es caro”, “hace pocas cosas”, “la batería dura menos de un día”, “demasiado énfasis en los materiales pero poca atención a las funciones”, “¿quién se va a gastar más de mil dólares en un aparato que apenas logra 18 horas de batería?”. El tema es que todas y cada una de estas críticas son reales: el reloj debería tener mejor batería, no es barato, sale al mercado con relativamente pocas apps funciones y Apple ha decidido poner excesivo énfasis en la forma que se construye el dispositivo, la elección de materiales y los inmensos esfuerzos a los que han llegado para hacerlo más resistente. Al igual que Steven Ballmer, la crítica generalizada hacia el Apple Watch parte de una óptica equivocada, empezando por concebir al Apple Watch como un smartwatch o como un aparato tecnológico. No lo es. Es un reloj. De hecho, es un reloj caro. Pero no es más caro que otros relojes “tradicionales” que usan materiales similares. Pero sí que hace muchas más cosas. Lo sé porque lo he usado. Y al usarlo no diré que vi el futuro, diré que vi lo que debería ser el presente de los relojes, el presente de un objeto que siempre cargas en tu brazo, que es tan íntimo como los accesorios más cercanos que eliges ponerte cuando te vistes. Que funcione, sí, pero sobre todo que haga que me vea bien. Esa es, de hecho, la primera revolución silenciosa del Apple Watch. Mientras internet se inunda de artículos asegurando que será un fracaso por el “altísimo precio al que se ha decidido vender”, que es “el principio del fin”, la compañía nuevamente reportará ventas altísimas en tiempos récord. Porque aquellos que lo adquieran no solamente estarán buscando obtener el altísimo nivel de calidad que se espera de Apple. Este es un reloj para quien aprecia los relojes de calidad. Materiales, diseño, elegancia. Timeless. Esa gran masa de personas que aprecia los relojes de calidad, pero que busca algo más, entenderá que el Apple Watch lo ofrece, lo cumple y lo supera con creces. El nivel de calidad de las correas es excepcional. Los materiales elegidos, en todos los aspectos, son mucho más que un acierto. Son elegantes, sumamente actuales y trascienden modas. Irónicamente, trascienden el tiempo. Con las semanas entenderemos que el Apple Watch no ha sido construido a partir piezas ya disponibles que se usaban en diferentes dispositivos y juntados en una pequeña caja funcionando con un sistema operativo mal adaptado. Comprenderemos que este es un trabajo de años en el que se ha creado un dispositivo usando bases y pilares fundamentales para encontrar la mejor forma de tener un objeto sumamente íntimo en nuestro brazo que nos permite tener cierto nivel de interacción que es más cercano y más inmediato. Ahí veremos la segunda revolución silenciosa. Entenderemos que todo aquello que conocíamos como “smartwatch” en realidad son el equivalente a los Symbian, los BlackBerrys, los Palm Treo de la época en que se lanzó el iPhone. Entenderemos poco a poco que no se trata de las características técnicas o la cantidad de funciones que el reloj puede tener, se trata de que lo que sí tiene funcione con total perfección, igualando la precisión de la construcción del hardware con la del software. Es justamente eso lo que considero la tercera parte de esa revolución silenciosa del Apple Watch. La impresionante precisión. Los relojes de verdadera calidad pueden presumir mecanismos extremadamente pequeños construidos con tal detalle que supera la técnica y se acercan al arte. Apple también puede presumir de ello. Durante el tiempo que use el reloj quedé absolutamente sorprendido con dos elementos fundamentales: La exactitud milimétrica de la pantalla táctil que me permite interactuar con íconos pequeñísimos sobre la pantalla sin temor a equivocarme. Es el tipo de cosas que sólo Apple puede hacer. También son las características que sabes que no se soluciona simplemente echando toneladas de dinero a la construcción de pantallas cada vez más precisas, también necesitas tener un sistema operativo desarrollado a la par. La corona. Es difícil de describir la sensación de uso, pero es que fabricantes de relojes que cuestan tres, cuatro, cinco o seis veces más que el Apple Watch son incapaces de conseguir. Es extremadamente suave, pero al mismo tiempo totalmente exacta. Usarla para desplazarte entre elementos de la interfaz del reloj solo puedo describirla como un total placer. Esa atención obsesiva al más pequeño detalle que consigue que pueda usar un dispositivo pequeño en mi brazo con total naturalidad es imposible de explicar en una lista de características técnicas y por lo tanto es extremadamente complicado de concebir a menos que uses uno. Tal y como sucedió con el iPhone. Usar el Apple Watch es emocionante, sí, pero menos de cinco minutos después, se vuelve invisible en tu mano y todo lo que quisieras es poder tenerlo siempre. Tocará esperar hasta el 24 de abril.

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